SOMOS FELICES PORQUE SONREÍMOS

Empezaré proponiendo un experimento sencillo. Sostén un lápiz con los dientes, de forma transversal, como si lo estuvieras mordiendo “a lo largo”. Aunque parezca increíble, este hecho provoca un efecto en ti: el simular una sonrisa activa en la persona efectos similares a los de sonreír realmente. Activar la musculatura y la intención de la sonrisa nos hace más predispuestos a un pensamiento más positivo y a reaccionar de forma más optimista. (Para conocer más sobre este experimento, podéis consultar la obra de Daniel Kahneman “Pensar rápido, pensar despacio”).

La teoría de James-Lange (1884-1887) entiende que nuestra conducta fisiológica será la que determine nuestro estado emocional. Así, no es estar alegre lo que lleva a sonreír, si no sonreír lo que nos hace estar alegres.
Quizá este planteamiento de hace siglo y medio pueda parecer algo obsoleto a día de hoy, pero, sin duda, merece la pena darle una oportunidad por lo optimista del tema. A fin de cuentas, deja en nuestras manos el estado de nuestra felicidad.
Tirando del hilo de este argumento, cabe plantearse la medida en que con nuestra actitud y conducta podemos llegar a dar forma a nuestra emoción y cognición.

Por otra parte, el imaginar una acción genera un efecto activador en el cerebro similar al que acontece cuando la acción se efectúa realmente. Así, cuando imaginamos que hacemos ejercicio, el cortex cerebral se activa neurológicamente de forma similar a cuando efectivamente practicamos ejercicio físico (lamentablemente, este principio no se aplica a las calorías perdidas).
Lo que aquí planteo es seguir el siguiente silogismo: si nuestra actitud al afrontar un problema puede modificar nuestra emoción, y nuestra emoción puede guiar nuestro proceso de aprendizaje, todo apunta a que podemos trucar el modo en que aprendemos.
La idea de comenzar facilitando la conducta resulta así de lo más interesante. En el caso de enfrentarse al aprendizaje de un conocimiento nuevo, la motivación de considerarnos buenos aprendices en ese campo puede facilitar el que realmente lo seamos. Y, sin duda, mejorará la emoción que se genere en nosotros.

Una técnica que podemos autoaplicarnos es la del “pie-en-la-puerta”, que consiste en que, una vez logrado en alguien un pequeño paso en una dirección, aumenta la probabilidad de un posterior compromiso mayor. Si este pequeño acercamiento inicial conlleva además una implicación emocional positiva, las probabilidades son aún mayores. Aplicado al aprendizaje, podría ser, por ejemplo, que el leer un artículo interesante sobre un tema nos lleve a querer conocer más sobre ello o que el aprobar un examen complicado de matemáticas nos sirva de motivación extra para aprobar el siguiente. En caso de que este primer paso no salga de motu propio en el aprendiz, puede ser la persona que le guíe (padres, docentes, etc) quien provoque en cierto modo esta situación. Así, cuando indicamos “me ha gustado mucho lo que has contado en tu trabajo sobre historia, me encantaría leerte más” o “sé que no te gustan mucho las matemáticas, pero creo que has resuelto muy bien este ejercicio”, estamos motivando al aprendiz a continuar su trabajo en esa dirección.

Comencemos entonces a confiar en nuestra capacidad para aprender y creámonos grandes pensadores.

Olga Trillo Lodeiro.

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